jueves, 17 de marzo de 2011

Cuentos no tan clásicos
















Leyendo y analizando los elementos sexistas que aparecen en varios cuentos clásicos de los hermanos Grimm:
·  "Hansel y Gretel":
·  "La Cenicienta":
·  "Blancanieves y los siete enanitos":
·  "Caperucita Roja":

De cosecha propia, nos han salido los siguientes cuentos, que no tienen nada que ver con los citados, si te atreves sigue leyendo:

“PELUSIENTA”
Érase una vez una niña, bueno no tan niña ya que cumpliría 17 años la próxima primavera. Era llamada Pelusienta, aunque su verdadero nombre era Flor. 
Pertenecía a una familia muy pobre y a un barrio muy pobre. Su familia tenía muchos problemas para salir adelante, eran cinco bocas que alimentar, el papá murió cuándo se derrumbó la mina dónde trabajaba, sus dos hermanos gemelos eran pequeños, sólo tenían 6 años, así que Pelusienta ayudaba a su mamá a limpiar casas enormes de gente con mucho dinero, que tenían largos pasillos y grandes salones, y con muchas pelusas.
Sí, de ahí viene el nombre de Pelusienta, le llamaban así porque siempre andaba limpiando pelusas.
Al principio, la niña siempre preguntaba a su madre:
-      ¿Mamá, cuándo dejaremos este trabajo?
-      ¡¡Ay, hija mía!!, eso queda lejos aún.
Pelusienta adivinaba en la cara de su madre el cansancio,  y la impotencia de no poder dar a sus hijos una vida mejor. Pero siempre se dibujaba una sonrisa con la que contagiar a su hija.
Por las noches, la niña soñaba despierta, soñaba con ir a estudiar, con salir con sus amigas al cine, con comprar buenas ropas y zapatos a su madre y hermanos, y eso le hacía fuerte y luchadora; todas las noches justo antes de cerrar los ojos para dormir se decía, un día dejaremos de recoger pelusas.
Un día un niño de una de las casas que limpiaban, le dijo a la niña si quería saber lo que era internet, para ella eso era nuevo,  juntos navegaron y Pelusienta descubrió un instituto nocturno con una gran biblioteca, se anotó la dirección y al terminar sus labores se acercó a curiosear.
Había miles de libros, la bibliotecaria se fascinó al ver la cara de sorpresa de la niña, le ayudó a buscar lo que quería, y la animó a que se matriculara en las clases de nocturno.
Así fue, Pelusienta combinaba el trabajo con su madre y los estudios.
Para final de curso, hubo un concurso de jóvenes ingenios, y la niña fue la ganadora de una beca para desarrollar su magnífico invento, una máquina inteligente que recogía las pelusas.
Desde aquel día, todo les cambió, su mamá no tenía que madrugar para limpiar casas ajenas, sus hermanos eran felices con sus nuevas mochilas, ropas y zapatos sin agujeros.
Y Pelusienta se sentía feliz, muy feliz, porque consiguió su gran sueño.

Cuento contado, cuento acabado..
AnaMary Fernández Zambrano


“Caperucita Roja en el siglo XXI”
Había una vez una niña a la que llamaban Caperucita Roja, este nombre no era causa del azar, sus amigos y amigas la llamaban así porque era una niña que se sonrojaba con gran facilidad cuando algún chico le decía algo, además en su casa tenía una buena biblioteca de cuentos, siendo uno de ellos el de “Caperucita Roja”, algunos de sus amigos conocedores de este tesoro, optaron por llamarla: Caperucita Roja. En realidad la niña se llamaba Eire, tenía 12 años, era una chica un poco desaliñada, tenía un cabello rizado muy bonito, pero al que poco le gustaba peinar, era bastante insegura y le parecía que todo le salía mal.
 De todos aquellos cuentos, lo que de verdad le llamaba la atención a Caperucita, era los dibujos, las imágenes, las ilustraciones….de ahí su hobby por la pintura y el dibujo. 
Eire vivía con su madre, ya que desde que ella tenía 3 años, sus padres se separaron. Su madre se pasaba el día trabajando en la oficina, por lo que Caperucita, pasaba largas jornadas con su abuela.
Llegó el verano y Caperucita tenía que irse a pasar las vacaciones con su padre que vivía en Londres. Caperucita estaba muy ilusionada, tenía ganas de conocer a su nueva hermanita, fruto de la relación de su padre con la nueva esposa. Además cogería el avión sola por primera vez. Para Caperucita era toda una gran aventura, sin embargo su madre estaba histérica, entre que la niña se iba con su padre, que se iría sola en la avión, la nueva hermanita, la nueva “madre”, todo tannnnnn nuevo, que pensaba que Caperucita no iba a querer volver con ella. Caperucita que en el fondo sabía que lo que su madre tenía era un poquito de celos, le consolaba, era normal.
El día antes de que Caperucita partiera a Londres, su madre estuvo dándole una serie de consejos, advirtiéndole del peligro que suponía viajar sola.
La madre de Caperucita le decía: -No hables con desconocidos, no cojas nada de lo que te den, no te subas en el coche de nadie cuando llegues al aeropuerto, espera sentada en el banco tercero de la primera planta que está junto a la tienda de flores del aeropuerto, papá irá a buscarte a la 1: 00 en punto. Si tienes alguna duda pregunta a las azafatas, si necesitas algo me llamas por teléfono, ………..
La madre de Caperucita le dijo algunas cosas más, pero Caperucita ya sólo pensaba en todo lo que le esperaba en el viaje.
Por fin llegó el gran día, Caperucita y su madre se dirigen al aeropuerto con una sola maleta, la madre se empeñaba en llevar más cosas, pero Caperucita que no era muy presumida solo quería lo más básico.
Una vez en el aeropuerto, la madre de Caperucita acompañó a la zona de embarque a la pequeña. Cuando llegaron la madre se puso a mirar a toda la gente que estaba allí sentada, de repente se puso muy nerviosa, le sudaban las manos, entonces le dijo a Caperucita.
-Mira cariño, ¿ves a esos dos chicos de ahí, con la melena larga, que van vestidos de negro y llevan collares y un anillo con una calavera?........pues no hables con  ellos, vale hija.
En el fondo Caperucita no entendía mucho el porqué, pero se limitó a afirmar con la cabeza y a no preguntar nada.
Cuando Caperucita entró al avión, estaba maravillada, todo para ella era nuevo, el avión era enorme, nada que ver con lo que veía desde la ventana de la habitación, había un gran pasillo muy muy largo, y en ambos lados se situaban los asientos, algo que también era nuevo para ella, porque en este caso eran filas de tres asientos, nada de dos asientos como los del autobús del colegio. Caperucita estaba deseando decirle a Tamara y a Pilar (sus dos mejores amigas), que en ese viaje no se hubieran tenido que separar, o echar a suertes con quién se sentarían………en fin, Caperucita pensó que todo aquello que estaba viendo con sus propios ojos, lo dibujaría durante el viaje.
Caperucita tenía el asiento nº 123, por cierto un número que a ella le encantó desde el momento en que lo vio. Cuando la niña se sentó en su asiento, todavía quedaban dos asientos libres a su lado, ella no se paró a pensar en eso, estaba entusiasmada mirando por aquella pequeña ventana, que también ¡por suerte!, le había tocado. Cuando el avión iba a despegar Caperucita seguía mirando por la ventana, diciendo adiós sin parar, ya no veía a su madre, pero ella, seguía saludando con la mano.
Una vez en el aire, Caperucita sacó de su bolso un pequeño cuaderno y se puso a dibujar. Apenas estaba empezando el segundo dibujo, cuando escuchó una amable voz que le dijo: - Disculpa, no he podido evitar mirar tu dibujo y me parece fascinante, está lleno de detalles, es precioso.
Caperucita que de repente notó como iba poniéndose colorada, contestó sin levantar la cabeza: -Muchas gracias!!, me alegro de que le guste.
El chico de melena contestó: -Claro que me gusta, es más creo que se merece una publicación en el “The New Artist”.
Caperucita no sabía lo que era eso de “The New Artist”, pero estaba sorprendida porque era la primera vez que alguien apreciaba su obra con tanto entusiasmo. Al cabo de un rato, cuando Caperucita notó que sus mejillas ya no estaban coloradas, levantó su mirada y…..vio que a su lado se encontraban los dos chicos de melena que estaban en el embarque del aeropuerto. De pronto se acordó de lo que le había dicho su madre, pero…..su buena educación y la amabilidad con la cual, aquel joven se había dirigido a ella, le había echo actuar casi sin pensar de otra manera. Y….casi sin pensar siguió surgiendo más conversación. Resulto que aquellos chicos de negro, con melena y anillos de calaveras, eran unos famosos pintores de arte moderno que se dirigían a Londres a exponer sus últimos cuadros.
Durante el vuelo, Javier y Mariano, estuvieron dando algunos consejos a la niña, le enseñaron algunos libros de arte y otro sobre técnicas de pintura que le regalaron. Ella estaba tan fascinada que pidió que se lo firmasen con una dedicatoria. Al preguntarle por su nombre, ella respondió: -Me llamo Eire, pero me llaman Caperucita Roja porque me sonrojo con gran facilidad. Entonces ellos dijeron: -Pues, genial!!!, te recordaremos como Caperucita Roja, será tu nombre artístico.
Y…así fue como Caperucita se hizo artista, por fuera y por dentro. Se sentía feliz, tan feliz como nunca lo había sido, aquellos jóvenes, le habían hecho sentirse importante, ganar en autoestima, confiar en sí misma, y desde entonces Caperucita ya no se sonrojaba cuando le decían algo. Sin duda estaba deseando ver a su familia en Londres, además de acudir al museo junto a ellos con las entradas que le regalaron aquellos jóvenes, pero también estaba deseando contarle a su madre todo lo que le había pasado.
La madre de Caperucita cuando supo todo la historia y vio lo feliz que estaba su hija, comprendió que aquello que le dijo en el aeropuerto no estuvo bien, aquello les sirvió para tener un debate sobre los prejuicios y las dos aprendieron mucho la una de la otra. Y…….. colorín colorado, este cuento se ha acabado y por la chimenea se ha esfumado.

Ana Belén Guerrero Calero



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